Dejad que los Erasmus se acerquen a mí.
La verdad es que me está gustando bastante esta etapa posterior a mi año en el extranjero. Después de la visita de la bastarda y de la muyaya, me toca por imposición propia el hacer de anfitrión para los que llegan a Málaga. Y me encanta.
Desde el primer día de facultad desplegué todos mis dispositivos de localización para su detección. Porque aunque siempre se hable de lo buena que es la experiencia, de las fiestas, los viajes y lo bien que lo pasas... llegar de pringao a un país nuevo y no tener a nadie que te guíe es una putada.
Así que me he puesto manos a la obra. Los individuos en cuestión son bastante fáciles de identificar, más si cabe habiendo conocido esa sensación en tu propio pellejo. Suelen llevar la misma cara que tendría una cabra en un garaje, andando dubitativos y mirando para todos lados, quizás buscando a alguien que se apiade de ellos y les ayude sin pedirlo. Suelen llevar de serie, además, un diccionario incorporado.
Y no puedo evitar verles y sonreír. Porque me hacen recordar tantos momentos... Esos inicios de no saber hablar el idioma, no saber dónde ir, no saber a quién dirigirte, ni cómo. Esos ridículos tan fantásticos que hice el año pasado. Cazzo, tante figure di merda che ho fatto! Porque si para algo sirve un Erasmus es para dejarte el umbral de la vergüenza a la altura de los pies. Es un año de búscate la vida pase lo que pase, y os aseguro que la necesidad vence a cualquier grado de timidez.
Qué grandes aquellos días...