Como soy una de esas personas que no paran de rumiar pensamientos (no por gusto, que más me gustaría a mí despejar mi cabeza alguna vez), me examino y me puteo constantemente. Cuento además con una conciencia que a veces mira demasiado poco por mí, y me hace ver que soy el mayor mierda que se haya parido. Y, aunque opine que es necesario para evolucionar, la verdad es que es agotador.
De mi etapa adolescente recuerdo que, en mis relaciones amorosas/sexuales, era bastante…digamos juguetón: me gustaba jugar a tirar el anzuelo, a ver quién picaba. Muchas veces era porque me encaprichaba, y cuando picaban dejaban de interesarme. Otras lo hacía sólo por demostrarme a mí mismo mi poder de convocatoria. Era algo que me divertía, pasármelo bien pensando solamente en mí.
Afortunadamente, mi Pepito Grillo post-pubertad se dedicó a borrar de mi sangre, tejido cerebral y bajo vientre los vestigios de semejante enfermedad. O al menos eso creía yo…
Pero hoy me he dado cuenta de que aquel niñato que intenté mandar a la mierda en su momento ha encontrado la forma de esquivar mi exorcismo: ese cabrón sigue dentro de mí. Lo peor es que ahora juega sin que yo me dé cuenta de ello, o puede que sea que vuelvo a llamarme mierda porque los demás se tomen la libertad de pensar cosas que no son.
Ya tuve algún brote esporádico (pero controlado), tan apetecible como peligroso, antes de hacer las maletas. Pero creo que la falta de práctica ha hecho que se oxiden mis recursos y se me vayan las cosas de las manos. Normalmente yo sabía cuándo estaba jugando. Incluso sabía con quién podía ponerme a pescar, quién me devolvía el juego y quién iba en serio. Pero ya, no.
Esta noche he vuelto a casa corriendo de madrugada. Tenía la sensación de querer escapar de mí mismo, la sensación de que algo doloroso me estaba persiguiendo. Creo haberla cagado con alguien con quien he procurado por todos los medios tener el mayor cuidado posible.
Y, effettivamente, hay un sms esperándome en la mesita de noche…