martes, 3 de julio de 2007

Los exámenes te dejan sin tiempo ni agilidad mental para arreglar el mundo posteando, por lo que los temas se me han ido acumulando.

Así, hoy (por fin libre) podría hablar sobre los mensajes que me envía el delfín diciéndome que Paquito quiere privatizar la Alcazaba (este tío es capaz de convertirla en un aparcamiento), o sobre Marta, que se halla inmersa en su Operación invitación a boda hortera y castiza en el Puerto de la Torre, con burbujitas, maestro de ceremonias y tartas con forma de pavo real. También podría hablar de las amistades que surgen en la biblioteca, como la del cateto y la japuta de la limpiadora chiparra, y de cómo él le lleva a ella el McPollo y las patatas Deluxe. O podría hablar sobre la versión marica de “La ruleta de la suerte” (con arco iris de fondo incluido) con la que me encontré el Día del Orgullo en la tele. Desde luego que Antena 3 se ponga rollito gay-friendly tolerante es lo que me faltaba por ver…

Pero he decidido hablar de algo mucho más interesante, de algo inherente a mi vida de estudiante. Yo sabía que estabais extrañados de que no hubiera hablado de estos temas, con lo que a mí me gusta lo escatológico…

CAGAR EN LA FACULTAD

Estaremos de acuerdo en que evacuar en terreno ajeno siempre es un incordio. Sin embargo, la experiencia es un grado, y uno ya ha ido plantando pinos por distintos dominios de los dos campus. A estas alturas tengo un mapa mental con los puntos (y horas) estratégicos donde sé que, además de liberarme, me quedaré a gusto.

Sobre las 5 de la tarde de un día normal mis tripas comienzan a vibrar. Si tenemos en cuenta que el café que sirven en la facultad es el mejor laxante que se conoce, aguantarse es una lucha contigo mismo de la que sabes que saldrás perdiendo. Y como tampoco es plan de montar un numerito, comienza la secuencia.

Desde hace meses una cara con sonrisa aplatanada te da la bienvenida a los servicios: la máquina de condones. Es curioso que esto se dé en todos… ¡menos en los de medicina! Suponemos que la panda de carcamales opusinos que dirigen esta facultad deben considerarlo dañino moralmente... Porque todos sabemos que lo que debe hacer un profesional es ponerse metafísico cuando se trata de prevenir enfermedades.

Entramos en el santuario en cuestión y comenzamos el ritual. Como, además de la expresión, tengo un culo muy pulcro (pulcrísimo) primero hay que limpiar la tapa con un poco de papel para eliminar restos de pipí y vellosidades púbicas encaracoladas, y luego fabricar un asiento, a ser posible de doble capa, que evite cualquier contacto directo entre mis posaderas y esa fuente de agentes infecciosos. Una vez sentado comienza mi pasatiempo favorito: leer los mensajes escritos en la puerta.

Uno puede aprender un montón de cosas de los vestigios de otros cagones. O, simplemente, llorar de risa. Hace poco, mientras meaba en una posición bastante anómala debido a la situación relativa entre váter y puerta, leí:

"¿No te duele el cuello de mear y leer esto a la vez?”

Aquello casi me hace perder el equilibrio. Por supuesto hay que hacer una mención especial a aquella chica que tuvo a toda una biblioteca general en vilo durante semanas por saber si finalmente se dejaría dar por culo o no (aquello era casi un blog, con comentarios y sugerencias).

Estás de los más entretenido cuando, de repente, tu felicidad se trunca: la puerta se abre y llega un intruso. Tú te quedas en tensión, vaya a ser que algún ruido te delate (como si no oliera a mierda desde antes de abrir la puerta). Hay veces que estás de suerte y la visita es rápida: es entonces cuando puedes dar rienda suelta a toda tu expresión. El problema es cuando oyes cerrarse la puerta de al lado.

Instintivamente miro hacia arriba, como si el tío se fuese a subir al váter de al lado para asomarse a saludarme. Porque verme cagando, debo pensar, es un espectáculo de lo más atractivo. Normalmente, mi compañero de aventuras no suele tener problema en peerse a los cuatro vientos (nunca mejor dicho), así que a mí se me corta definitivamente el rollo.

Y al entrar de nuevo en la biblioteca tienes esa sensación de llevar un cartel que ponga “El cagón ha vuelto”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mira, la ventaja es que si te entra el apretón no te cortas un pelo. Hay gente que tiene verdaderos problemas porque su intestino es demasiado selectivo.

Yo, por seguir con lo escatológico, me incluía tradicionalmente en el segundo de esos grupos... hasta aquellos 17 días en los que estuvimos pasando hambre por la otra Península, y a partir de ahí oye... Sin complejos. Aquí te pillo, aquí te mato :-)

Suerte con la COPE en el jardín!!

Anónimo dijo...

jA,JA.....Yo tengo predilección por los sitios públicos... ya sabes que las mujeres somos un poco más dificultosas para estas cosas.... pero yo es salir de casa y me entran ganas.... Y es verdad, eso que dices ¡qué corte cuando entra alguien!
Por cierto, te iba a mandar un email pero me acabo de dar cuenta de que no tengo tu correo.... me ha encantado ese regalo que has elegido.... me estoy haciendo muy mayor!!!!!!! Ahhh!!! Recuerda que el viernes 20 es la presentación del libro de Jordi de la Torre... espero verte allí. Para saber más de este individuo http://www.lacoctelera.com/consultoriopuritano
Te sorprenderá.
Besos.