Bajo la atenta mirada de la Alhambra, entre cañas y tapones conversaban el delfín y el menda sobre nuestras laboriosas vidas sentimentales, la carrera, la amistad, el futuro...

Quizás nos embriagara el hecho de pasear por las piedras de las lamentaciones, entre ese olor a cuero y hierbabuena que camina por la ciudad… O simplemente empezábamos a estar borrachos. El caso es que no nos quedaba otra que reírnos de nuestro eterno martirio de ser etiquetados siempre como personas fuertes y maduras. Porque para qué vamos a sufrir, si uno se puede reír.
Y es que los fuertes y maduros sabemos lo que queremos, y luchamos por ello. Vamos a por los problemas entrando a matar. Y si nos caemos nos volvemos a levantar. Y además de con la carga propia nos da por acarrear con la de los que remueven nuestro corazoncito... Pero espera un momento, ¿Y quién coño decidió que yo encajaba en eso? Mirusté, siendo realista, resulta que por muy vocacional que sea tu trabajo, es trabajo al fin y al cabo. Porque como dice mi puñetera madre, el trabajo es un castigo que nos manda el Señó.
Hay ocasiones en las que uno necesita que le reconozcan que seguimos viviendo con medio cascarón en la cabeza a lo Calimero, que aún estamos en proyecto de convertirnos en alguien. Que nos reconozcan el derecho a tener sentimientos infantiles y a eludir nuestras responsabilidades. Derecho a vivir unos añitos más en el mundo de Pocoyó. El derecho a cagarme de miedo con el camino a mi adultez. A hacerme el loco y a seguir andando haciendo como el que no lleva lentillas cuando me encuentro conmigo mismo de frente (ese maldito deslenguado aparece en el momento que menos me lo espero, qué cabrón). Llevo tanto tiempo opositando para promocionar a un mejor puesto en mí mismo que en algún momento necesitaba un descanso, pero no quiero que por rascarme el ombligo se joda todo: quiero una excedencia emocional.
Porque es que estamos en una edad mu mala, hombreyá. Que no sólo tenemos que adaptarnos a nuestros propios cambios, sino también a los de los que tenemos alrededor. Y realmente no sé cuál de las dos cosas me provoca más incontinencia.
Y es que los fuertes y maduros sabemos lo que queremos, y luchamos por ello. Vamos a por los problemas entrando a matar. Y si nos caemos nos volvemos a levantar. Y además de con la carga propia nos da por acarrear con la de los que remueven nuestro corazoncito... Pero espera un momento, ¿Y quién coño decidió que yo encajaba en eso? Mirusté, siendo realista, resulta que por muy vocacional que sea tu trabajo, es trabajo al fin y al cabo. Porque como dice mi puñetera madre, el trabajo es un castigo que nos manda el Señó.
Hay ocasiones en las que uno necesita que le reconozcan que seguimos viviendo con medio cascarón en la cabeza a lo Calimero, que aún estamos en proyecto de convertirnos en alguien. Que nos reconozcan el derecho a tener sentimientos infantiles y a eludir nuestras responsabilidades. Derecho a vivir unos añitos más en el mundo de Pocoyó. El derecho a cagarme de miedo con el camino a mi adultez. A hacerme el loco y a seguir andando haciendo como el que no lleva lentillas cuando me encuentro conmigo mismo de frente (ese maldito deslenguado aparece en el momento que menos me lo espero, qué cabrón). Llevo tanto tiempo opositando para promocionar a un mejor puesto en mí mismo que en algún momento necesitaba un descanso, pero no quiero que por rascarme el ombligo se joda todo: quiero una excedencia emocional.
Porque es que estamos en una edad mu mala, hombreyá. Que no sólo tenemos que adaptarnos a nuestros propios cambios, sino también a los de los que tenemos alrededor. Y realmente no sé cuál de las dos cosas me provoca más incontinencia.
2 comentarios:
Chati, esta vez te has superao vaya... Me quito el sombrero y punto en boca.
¡¡Reivindiquemos, reivindequemos, queremos nuestros derechos!! Que por algo los profesores me llaman últimamente "la combativa".
Como siempre, diste en el clavo de mis sentimientos (independientemente de que, sí, un poco borrachos sí que estuvimos en varios momentos).
Y a ver si la próxima vez es sin camareras que intervengan espontáneamente...
Definitivamente... me adueño del copyright
¡Qué bien me lo pasé en Granada! Aunque tengo la sensación de que no hicimos más que comer y beber jeje. Pero mira, incluso las camareras interactivas tienen algo interesante que decir: las excedencias se pueden pedir con TODOS los trabajos. Así que, hala, ¡a reivindicar!
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