miércoles, 30 de mayo de 2007

Cuando después de un día fuera vuelvo a casa y meto el coche en el garaje, hay alguien que me espera sentada en el porche. Da igual que yo esté enfadado o que tenga uno de esos cabreos irracionales que pago con el mundo, ella me sonríe siempre.

La veo a través del cristal de la ventana y me devuelve la mirada atentamente. Yo soy de los que lleva la radio puesta y canto a grito pelao, así que cuando paro el coche le canto sobreactuadamente con la ventanilla subida. Ella empieza a ponerse nerviosa, se levanta y da vueltas, para terminar sentándose de nuevo. Entonces abro la puerta lo justo para oírla empezar a quejarse porque su cabeza no cabe por la rendija que le dejo. Y aun siendo así de malvado, ella me espera al día siguiente en el mismo sitio para repetir la secuencia.

Los días que salgo de casa con gorra y vaqueros viejos, Kira corre escaleras abajo porque sabe lo que viene a continuación. Yo la sigo tranquilamente, camino de la correa. Cuando finalmente la ve en mi mano, emprende el camino inverso (pero con el mismo entusiasmo), y se sienta en la puerta de esa forma tan característica, con las patas traseras y delanteras en escalones distintos.

En otras circunstancias, ella lamería y olería mis manos al acercarlas a su cuello. Pero está inmóvil esperándome, aunque sus gemidos delaten su impaciencia. Una vez amarrada, se gira y mira a la puerta deseando que la abra para que salgamos a buscar a la Luna.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito tener siempre alguien que te sonria al llegar jeje... Y conozco yo a otros amigos surrealistas a los que les gustaba Laika también...

DaNieLo dijo...

Pobrecita Laika...Aunque mi perra esté más en la Luna que aquí abajo no tendrá el mismo destino que ella, porque yo le doy muchos mimos y abrazos.

Sol dijo...

Que lindo que exista el amor, de la forma que sea. Algo es algo.